
… and maybe smarter
Este dibujo está hecho sobre la página 95 de un libro de 1892, The History of David Grieve.
Es el arte de un tal Michael Phillips. ¿Por qué sobre un libro?
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Este dibujo está hecho sobre la página 95 de un libro de 1892, The History of David Grieve.
Es el arte de un tal Michael Phillips. ¿Por qué sobre un libro?
«Cuando los niños van a la escuela, la escuela debe decirles la
regla: “Cuando traéis un programa a clase hay que compartirlo con todo
el mundo en esta clase. Y si no quieres compartirlo, no puedes
traerlo”. Y para mostrar un buen ejemplo de este espíritu de buena
voluntad y de compartir el conocimiento, la clase debe seguir su propia
regla: traer sólo software libre a la clase.
Debe decirse a los
alumnos: “Todo el software que encuentres en la clase puede copiarse y
llevarse a casa para usarlo y puedes también leerlo y comprender su
funcionamiento”.
A
la edad de tres años no lo harán, pero a la de catorce los que tengan
dones naturales de programación sí lo harán y profundizarán en el
espíritu de colaboración con la gente. Y el resto de la clase, los que
no serán programadores, aprenderán a usar el software libre.
Es decir,
que no aprenderán a vivir bajo el poder de ninguna empresa. Como
adultos habrán sido formados para ser adultos en una sociedad libre, a
vivir con independencia. Lo contrario, enseñar el uso de software
privativo, es enseñar la dependencia eterna, es formar adultos capaces
de vivir en dependencia de una empresa específica.
De este modo, las
escuelas se encuentran ante la disyuntiva de dirigir a la sociedad
rumbo a la independencia y la capacidad o rumbo a la dependencia y la
debilidad. Hay que elegir entre poner rumbo a una o a otra. La misión
social de las escuelas pasa por hacer lo primero, por dirigir a la
sociedad rumbo a la independencia y la capacidad.»
Joan Carles Ambrojo escribe en El País un interesante artículo sobre
el filicidio en España: «La pequeña Alba, de cinco años, sigue grave en
la unidad de cuidados
intensivos de pediatría de Vall d’Hebron, con un traumatismo craneal
que ha estado a punto de costarle la vida y ahora le dejará graves
secuelas. La madre y su compañero sentimental están en prisión acusados
de tentativa de asesinato. ¿Qué puede llevar a unos padres a agredir e
incluso matar a sus hijos? ¿Por qué es tan difícil prevenir la
consecuencia más trágica del maltrato infantil? ¿A qué se debe que las
madres sean las que causan más muertes infantiles? Un estudio pionero
realizado en España sobre 31 sentencias judiciales de casos de
filicidio, con 42 víctimas, concluye que el mayor riesgo de sufrir
filicidio -la muerte de niños a manos de sus progenitores biológicos o
adoptivos- se concentra en los menores de tres años, y la mayor parte
de las agresiones se producen de noche. Y algo muy inquietante: el 19%
se produce como venganza del agresor contra el cónyuge.» (El texto completo)
Ferran Monegal, ayer, en El Periódico: «Esta semana los de Caiga quien caiga (T-5) le han concedido las gafas de
sol a Serrat. ¡Ah! lo más bonito de esta entrega fueron los reflejos que
por azar surgieron del cristal de estas gafas. Resulta que mientras el
reportero del programa circulaba por el campus de la Complutense en
busca del cantante, se encontró con grupos de estudiantes. Y aprovechó
para hacerles algunas preguntas sobre la marcha. Primera: “¿Sabes por
qué han investido a Serrat doctor honoris causa de tu universidad?”.
Respuesta: silencio y perplejidad. Segunda: “¿Sabes quién es Lech
Walesa?”. Respuesta: “Un francés de la quema de París”. Tercera: “¿Sabes
quién fue Charles de Gaulle?”. Respuesta: “Un futbolista”. Y así un buen
rato.
Al final, los jóvenes exclamaron, quejándose: “¡Joder, nos haces
una preguntas, tío…! ¡Pregúntanos por Gran Hermano!”. Interesante. Si
añadimos a este cuestionario el comentario del propio reportero,
advirtiéndoles: “En París los estudiantes están haciendo una revolución
contra los contratos de primer empleo y vosotros, aquí, hacéis la
revolución del macrobotellón”, el paisaje conseguido en ese campus no
puede ser más decepcionante: por un lado, ignorancia supina, y por otro,
pasotismo por la vía de la garrafa. Hombre, cabe analizarlo. Aunque los
estudiantes que enfocó el programa no pueden elevarse a categoría, su
ignorancia es preocupante. Y la tele no es ajena a esta hazaña. Pero lo
del macrobotellón es otro cantar.
Ayer, en Informe Semanal (TVE-1)
salieron psicólogos analizando las causas. Les faltó la principal: ese
terrorífico cóctel que hemos legado a nuestra juventud para que pueda ir
progresando. A saber: mala formación + falta de trabajo + contratos
basura + inaccesibilidad a la vivienda + jaulas hipotecarias a 50 años.
Bien mirado, es una suerte que por ahora sólo estallen a través del
botellón. Llegará el día en que estallarán de otra manera. Y no podremos
reprochárselo.»
Personalmente, creo que en este país no estallará nadie pase lo que pase.
Me gusta estar con mi hija, pero eso es incompatible con el colegio.
Allí la dejo a primera hora de la mañana, fresca, llena de energía; y de
allí sale a media tarde, derrotada, comportándose la mayoría de las
veces como si no fuese muy capaz de distinguir entre el colegio y su
casa, entre sus compañeras y yo.
Después del cole, es imposible hacer nada “interesante” porque toda
la energía la ha gastado allí. Ni paseos, ni playa, ni nada porque
cualquier cosa es un sobreesfuerzo. Y la hora de dormir llega demasiado
pronto, porque por fuerza tiene que irse pronto a la cama.
Y vueve a comenzar el ciclo.
Pagamos para que otros disfruten de nuestros hijos en su mejor
momento. Sería aún más grave si no disfrutaran, cosa que ocurre a miles
de profesores no vocacionales. Por lo menos, este colegio tiene una
sección de Infantil muy buena y Ana está feliz. Pero sigo pensando que
los horarios escolares son desproporcionados y que los humanos nos
organizamos la vida como si fuésemos inmortales, o como si lo que
decimos que tanto nos importa, en realidad nos diese igual.
Medio día de dosis escolar sería más que suficiente. La otra mitad
serviría para darle rienda suelta a la creatividad y a la libertad. Por
lo menos, debería de ser una opción.
Las ikastolas privadas acaban de elaborar un programa
educativo en
el País Vasco para la enseñanza obligatoria (de los seis a los 16 años)
que ha recibido el apoyo y la financiación del Gobierno autónomo.
Decían ayer en “El País” que “se trata de un proyecto educativo de
fuerte carga
identitaria que
toma permanentemente como ámbito de estudio a Euskal Herria, es decir,
Euskadi, Navarra y el País Vasco francés”.
Responde a dos “grandes
necesidades y objetivos”. Por un lado, asegurar la transmisión de la
cultura vasca, “ausente en algún caso o insuficiente en otros”, en los
currículos oficiales de las administraciones educativas. El texto
recoge la pretensión de que el alumno “tome conciencia, asuma y valore
la propia identidad personal y la identidad vasca” para “avanzar”, dice
más adelante, “hacia una identidad vasca que asuma de manera plena y
sin exclusiones, desde sus raíces históricas, todos los elementos de
una cultura rica y plural […]” El segundo gran objetivo que marca el texto es incluir las
competencias necesarias para vivir “en una sociedad vasca integrada”.
Entre esas competencias, los autores de la propuesta destacan que los
alumnos deben aprender a pensar, a comunicar, a vivir juntos, y a
emprender.
Más del 10% de los jóvenes entre 15 y 19 años de Francia, Italia,
Eslovaquia y Turquía ni estudian ni trabajan. Ésta es una de las cifras más “preocupantes” sobre el estado de la
educación, según Andreas Schleicher, responsable del Informe PISA. En España, este porcentaje está en el 7,3% y en Reino Unido,
en el 9,5%. En el otro lado están EE UU (1,5%) y Finlandia (2,3%).
Pilar Rahola
escribe hoy esto en El Periódico de Catalunya:
Llego a casa y, como si fuera una necesidad urgente, abrazo a mi hija
Ada. El abrazo es más intenso que nunca. Tiene 5 dulces años, y su deseo
de ser una princesa se convierte cada día en realidad. A los 5 años, las
hadas existen, y mi Ada particular sabe que la vienen a saludar todas
las noches, y le susurran cosas bonitas al oído. Es un caramelito, un
dulce de miel, y contemplando su frágil belleza, una sabe que está cerca
de un trocito de cielo. Belleza frágil, casi porcelana, necesitada de
todo el mimo que los padres podemos dar.
¿En qué momento de locura uno puede mirar a su niña de 5 años y dejar de
sentir una enorme ternura? ¿En qué instante preciso de maldad uno puede
desear hacerle daño? Elie Wiesel dijo, saliendo de Auschwitz, que el mal
existía, y era cierto. El mal existe y tiene muchas miradas. Por
ejemplo, tiene la feroz mirada de un adulto que maltrata a una niñita,
que le pega hasta dejarla en coma. El mal existe, y Alba, la niña que
lucha por su vida en un hospital, le ha visto la cara. Quizá se parecía
a papá y mamá, pero era un error. No eran padres, eran los monstruos del
cuento.
Por supuesto, hay un debate sobre la naturaleza del maltrato, pero es un
debate que no me interesa. Dejemos que los psicólogos escudriñen la
gramática del infierno. Lo que me resulta necesario es saber qué falló
en la tupida red de controles que, teóricamente, tenían que proteger a
la pequeña. Obviamente no somos culpables del maltrato, pero es evidente
que hemos sido culpables de no haberlo impedido. Los diversos estamentos
que tenían la obligación legal de evitarle tanto sufrimiento fallaron
reiteradamente, tanto, que hoy es obligatorio preguntarse si no fueron
letales en su irresponsabilidad. Ya sé que estos días las
administraciones implicadas hablan de error masivo, de “fallo en
cadena”, según expresión del ministro Caldera. El alcalde de Montcada,
en Els Matins de TV-3 nos decía que “todos lo habían hecho mal”, pero
esta especie de culpa colectiva es una huida por elevación que responde
más a la necesidad de salvar el trasero que a la voluntad de enmienda.
Lo cierto es que la niña ha pasado por tres juzgados, dos municipios,
tres cuerpos policiales y la Generalitat, sin que nadie apretara el
acelerador que requiere un caso de maltrato. Y, lo que es peor, sin que
nadie evaluara correctamente los evidentes síntomas que presentaba la
niña. ¿Qué ocurrió entre el 19 de diciembre, en que ingresó con
clavícula, húmero y costilla rotas, y el 28 de enero, en que la policía
tomó declaración a la madre por primera vez?
LA CRÓNICA es un relato esperpéntico que nos da la medida de la profunda
incompetencia del sistema. El Juzgado número 4 de Barcelona envía
papelito a los Mossos. Dos semanas después, éstos remiten papelito por
correo al juzgado diciendo que no son competentes. Y algunos papelitos
después, se tarda un mes en empezar a preguntar qué ha pasado.
A partir de aquí, el cúmulo de retrasos, incompetencias y preguntas sin
respuesta es un auténtico escándalo. Señalo los más evidentes: la
incompetencia de la policía de Montcada, que da por buena la versión de
la madre, sin ninguna otra investigación, y remite el caso a Fraga, otro
juzgado, otra policía, otra comunidad… El juzgado de Fraga, que tarda
un mes en encontrar al padre (perfectamente localizable) y hacerle un
par de preguntas. El Juzgado número 2 de Cerdanyola, que recibe la
denuncia de la exmujer del padrastro, hoy imputado de asesinato en
tentativa, y un mes después aún está mirando musarañas. Y, por el
camino, tres escuelas que ven a la niña, cabizbaja, triste, con
problemas de habla; dos servicios sociales, de Viladecans y Montcada,
que nunca consideran el tema grave, y una dirección general que tarda
semanas en establecer una reunión con la familia, porque el problema
puede esperar. Es decir: tres meses después de una clavícula, un húmero
y una costilla rotas, una niña de 5 años no ha sido protegida por nadie,
y ello a pesar de que su drama ha ido deambulando por los despachos.
No es suficiente con mirar a cámara, como hicieron el alcalde de
Montcada o la directora general, y hacer un mea culpa colectivo. Puede
que sea una estrategia de defensa, pero resulta deplorable. Lo cierto es
que este país, que ha conseguido una ley integral de la mujer, no tiene
una ley integral del menor, cuando el menor es muchísimo más vulnerable.
Pero, lógicamente, no constituye ningún lobi de presión.
LO CIERTO ES que los juzgados van a ritmo de funcionariado, sin entender
que hay expedientes que no pueden seguir los cansinos cauces habituales.
¿No existe un código rojo para una niña maltratada? Cuando llega una
denuncia médica, ¿no saltan las alarmas en los juzgados? No lo parece, a
tenor de la irresponsabilidad con que actuaron tres de ellos. Y lo
cierto es que los servicios sociales de Viladecans y Montcada miraron,
estudiaron y fueron de una sonora y triste incompetencia. ¿O van a
decirnos que una niña que está en coma por una paliza, y que había
tenido antecedentes de violencia, no presentaba todas las
características del maltrato? Lo cierto es que la descoordinación entre
estamentos, en la era de internet, nos da la medida de nuestra cutrería
institucional. Finalmente, lo cierto es que la Generalitat volvió a
fallar en un tema de infancia. Caldera tiene razón: fue un fallo en
cadena. Pero que no nos engañen con lo global. Lo relevante, lo
escandaloso y lo dramático es el fallo de cada eslabón.
Alba está en muy grave. Los monstruos de los cuentos la enviaron al
límite de la muerte. Lo hicieron porque Alba no halló ningún príncipe
salvador. Todos los príncipes que tenían que protegerla estaban
dedicándose a otras cosas.
Este medio día he visto a un grupo de jubilados de los muchos que
vienen a esta zona a pasar unos días. Eran tres parejas de andaluces
que parecían sacados de Omaíta. Entraron al tranvía gritando y uno de
ellos contaba chistes sin parar. Los demás, y también él, reían a
carcajadas como si fuesen a explotar de tanta gracia que les hacían. Yo
no conseguí ni esbozar una sonrisa, más bien lo contrario. Uno de los
chistes era así:
«A un niño le pegan un guantazo en el colegio y vuelve corriendo a
su casa. Le dice a sus padres: “Pedro me ha pegado y me ha llamado
maricón”. Sus padres le contestaron: “Pues devuélvele el tortazo”. Pero
el niño dijo: “Es que es tan guapo…”
Miré al que contaba los chistes para ver qué aspecto tenía. Estaba
colorado de tanto reírse, y empezó a explicar el chiste. «Le daba igual
que le pegaran, porque decía que era guapo…» Y seguía riendo, y
riendo, haciendo botar su redonda barriga sobre el asiento del tranvía.
Llevaba unas gafas de montura metálica incrustadas en los mofletes y su
ropa parecía almidonada.
Después, se pusieron a hablar del buffet libre del hotel donde
estaban y de cómo uno de ellos atacaba los platos. Y seguían riendo y molestando con su ruido.
Ellos también votan.
Esta señora, que vive en Thunder Bay, en Ontario, Canadá, se ha
hecho amiga de este alce. Sacó estas fotos de él en su casa. Una emocionante amistad que encantaría a cualquier niño.