A Leopold Mozart le hubiese gustado ver la que se ha montado para festejar el 250º aniversario del nacimiento de su hijo. Pensaría que se han superado con creces sus deseos, que consistían en
que el mundo entero conociera el prodigio musical de Wolfgang, «el milagro». Pero, sin duda, lo que más asombraría a este hombre que creía fervorosamente en los milagros sería ver que la gente del siglo XXI cree que la música de su hijo puede curar (el llamado «efecto Mozart»).
Kindsein dedica
este número especial al genio y a la Mozart Manía. Recordaremos su intensa infancia y su corta y ajetreada vida. Wolfgang Amadeus Mozart nació el 27
de enero de 1756 y murió a los 35 años.
El niño prodigio: «Es un milagro que Dios ha permitido que naciera en Salzburgo»
Wolfgang no empezó a caminar hasta los tres años pero, en cuanto aprendió a mantenerse sentado, se colocaba junto a su hermana al piano cuando ella practicaba. Cuentan que no llegaba a las teclas del clavecín, pero se ponía de puntillas para tocarlas con sus manitas. «Al hundirlas, gozaba cuando sonaban agradablemente y lloraba cuando producían sonidos inarmónicos, hasta que llegó a entender que lo primero sucedía cuando quedaba una tecla intermedia, y lo segundo al tocar las dos inmediatas. Así conoció el secreto de la consonancia y de la disonancia.» (Guillermo Orta Velázquez, "100 Biografías en la Historia de la Música").
Leopold tenía un "Libro de Notas de Nannerl" que empezó en 1759 y en el que incluyó algunas de las primeras obras de Wolfgang. Según esas notas, Wolfgang hizo su primera composición antes
de cumplir los cuatro años, el Andante y Allegro K1a y K1b, escritos a
principios de 1760. Como sólo hay versiones escritas por la
mano de Leopold, no se sabe hasta qué punto eran obra exclusiva del
pequeño.
Con cuatro años, Mozart era capaz de repetir con el teclado melodías que oía y a los cinco ya estaba componiendo su propia música. El Menuetto y Trío K.1 data de 1761. A los cinco aprendió a tocar el violín y a los seis tocaba el órgano, aunque era tan pequeño que los pies no le llegaban a los pedales y tenía que hacerlo de pie.
Un día, su padre vino a casa con algunos amigos que íban a tocar en un trío. El pequeño Wolfgang entró en la habitación y le pidió a su padre que le dejara tocar el segundo violín. Su padre le dijo que no, porque no había recibido todavía ni una sola clase de ese instrumento. El trompetista de la Corte Johann Andreas Schachtner (1753-1795), un amigo de la familia Mozart, estaba allí y lo recordaba más tarde en una carta para Maria Anna Berchtold:
«Yo pedí que le dejara tocar conmigo y finalmente el padre cedió diciendo: "Toca con el señor Schachtner, pero tan bajo que no se te oiga, en caso contrario debes irte". Y así sucedió. Wolfgang tocó conmigo y muy pronto me dí cuenta con asombro de que yo estaba completamente de sobra. Dejé de tocar y posé mi mirada en el padre, a quien al darse cuenta de la situación se le escurrieron las lágrimas de admiración...»
Su padre, ante estas asombrosas aptitudes, dijo que su hijo era «un milagro que Dios había permitido que naciera en Salzburgo» y que el mundo entero debía conocerlo. Y en ello puso sus esfuerzos. En una carta escribió:
«Debo este acto a Dios Todoposeroso, de otro modo sería la criatura más desagradecida. Y si alguna vez he de tener la obligación de convencer al mundo de este milagro es ahora, cuando la gente está ridiculizando cualquier cosa a la que se llame milagro y negando su existencia. Por eso deben convencerse»
Ambos hermanos eran prodigios con el clavecín y su padre decidió
llevarles por toda Europa para mostrar su genio. Wolfgang acapararía toda la
atención porque era muy pequeño e interpretaba sus propias
composiciones.
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