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Número Catorce.   25.11.2006

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Opinión

La ley del más fuerte

Antonio Lorenzana Bermejo

No nos engañemos. Los niños, por lo general, son seres crueles. Naturaleza obliga. Pero los niños, por lo común, son crueles por necesidad. Los hay que no, algún caso hay documentado; y los hay que sí, que lo son por gusto y estos no se enderezan en la vida y se mueren siendo unos verdaderos hijos de su madre con todas las letras.

No nos engañemos. En clase es inevitable tener que meterse con “el rarito”. Sólo te quedan dos opciones: te ríes de él y te sumas a las hordas de los que se pasan la vida ejerciendo de pulgas para perro flaco, o te quedas mirando cómo se meten con él sin hacer nada, que es otra manera de agredir; pero mucho más cómoda.

Es lo que hace la mayoría, el gran rebaño: quedarse mirando, con media sonrisa o con sonrisa entera, agradeciendo que la cosa no vaya con ellos. Lo que nunca puedes hacer es ponerte de parte “del rarito” y en contra del grupo de moscas cojoneras, porque entonces ya estás listo; entonces tú también pillas.

El ser humano, cuando se ríe, que es algo que sólo hacemos los humanos, enseña los dientes. Cuando se ríen de uno en la cara, es como si una jauría de lobos te enseñara los dientes. Te quieres morir. Y algunos se mueren.

Los niños no se ríen de los niños que son diferentes. Los niños se ríen de los que se muestran débiles; si, además, son “raritos”, miel sobre hojuelas. Pero, créeme, de un zagalote mal encarado con trazas de gorila, por más “rarito” que parezca, no se ríe en su cara ni el más “pintao”.

Los niños que se ríen de los más débiles no son imbéciles. Son sólo eso: niños. Después crecen, maduran. Madurar es dejar de reírse de los demás para aprender a reírse de uno mismo.

Los niños que no aprenden esto sí que terminan siendo imbéciles. Lamentablemente el mundo está plagado de imbéciles. Los hay por todas partes: los que se hacen de oro explotando a inmigrantes sin papeles, a mujeres reducidas a mercancía para el fornicio, y a niños que nacieron con un Ángel de la Guarda muerto. También están los que zurran día sí y día no a su mujer porque para eso es suya.

Los que se emperran en imponer sus cuatro estúpidas reglas, que el seso no les da para más, a fuerza de tiro en la nuca y goma dos. Los que con una chapa y uniforme se ponen La Ley por montera, o los que son capaces de bombardear cualquier país cumpliendo órdenes, así, sin más, obedeciendo sin pensar, sin asumir responsabilidad alguna.

En fin, que donde quiera que mires está plagado de imbéciles machacando a alguien que parece más débil. Y lo peor: la inmensa mayoría de los demás, seguimos ahí, mirándolo todo, sin hacer nada, agradeciendo una vez más que la cosa no vaya con nosotros.

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