Caminaba hacia la “zona de recogida de niños” del colegio cuando vi
salir de su flamante coche a uno de los pocos padres con los que hablo
(porque, salvo excepciones, los ingleses no muestran ni el más mínimo
interés en socializar con quien no sea británico). Su hijo va a la
clase de Ana. Es un hombre joven y muy amable que siempre usa ropa
clásica de marca y es el dueño de un famoso restaurante local. Viven en
un chalé y tienen dos o tres coches que alternan para traer y recoger
al pequeño. Su mujer me dijo un día que él era partidario de la
enseñanza privada y que ella no. Según ella, estudia quien quiere
estudiar y, quien no quiere, no estudia, independientemente de la
escuela donde vaya. Y lo dijo totalmente convencida de lo que decía.
Ahora me faltaba oírle a él. Después de las frases de cortesía
habituales, fui al grano: «¿Habéis pensado si os vais a quedar en este
colegio los próximos años? Tu mujer me ha dicho que tú prefieres la
educación privada». Encogió los hombros. «Si, es cierto, es que yo
estudié en un colegio privado», me dijo con cierto orgullo. «Supongo
que sí que nos quedaremos, pero no sé, ya veremos, total ahora están en
Infantil y da un poco igual».