Educación
Montessori, para niños y para el Alzheimer
Maria Montessori fue la única mujer médico que había en Italia a principios del siglo XX y sufrió por ello una gran discriminación. Trabajó en un hospital donde le encomendaron la tarea de cuidar la salud de un grupo de niños. Aunque su tarea no era educarles, según le aseguraron, aquellos pequeños eran seres imposibles de educar.
Montessori descubrió que trabajando con ellos en pequeños grupos y
realizando tareas bien definidas, no sólo
iban ganando autoestima sino que aprendían habilidades y se
concentraban en su tarea.
Las técnicas de educación que desarrolló Montessori se
emplean hoy en colegios de todo el mundo. Cameron J. Camp, del Myers
Research Institute en Beachwood, Ohio, las utilizó con éxito por
primera vez en enfermos de Alzheimer y de otras demencias. Después de él, lo han hecho otros.
En Mather LifeWays, del
Instituto de Envejecimiento Mather, también lo han utilizado.
Bill Keane, director del servicio de demencia, dice que,
entre los logros del método Montessori, está el haber logrado disminuir
incidentes como la agresividad, el vagabundeo, y otros comportamientos
negativos, porque los residentes están activos, se sienten seguros y
con mayor autoestima.
En España, el método Montessori es el primero validado en castellano que trabaja con enfermos en estadios de Alzheimer avanzado. Fue adaptado y validado en España por el Instituto Gerontológico Matia (Ingema) en colaboración con la Obra Social Caja Madrid.
El método Montessori actúa con materiales cercanos y cotidianos; es decir, objetos que están en todas las casas, con los que el paciente está acostumbrado a interactuar. Son actividades sencillas donde, por ejemplo, las legumbres y otros alimentos tienen mucho protagonismo: vertido de maíz en jarras con un nivel determinado, prensado de harina, recoger garbanzos con la mano o con un instrumento, manipulación de arroz. Las actividades están diseñadas para los enfermos de Alzheimer, y logran mejorar las situaciones de apatía, alucinaciones, irritabilidad o tristeza.
Estos resultados, comprobados en 197 personas con diagnóstico de demencia moderado-grave con dos sesiones semanales de 90 minutos durante seis meses, ofrecen por primera vez una mejora en la conducta, algo que hasta ahora no se conseguía con ningún método no farmacológico.
No promete mejoras drásticas, ni evita la pérdida de capacidades, pero sí facilitar la convivencia. Seguramente sea más fácil enfrentarse a los estadios avanzados de demencia pintando sonrisas en los que sufren la enfermedad y en los que se ocupan de ella.
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