Hoy hemos ido a la última reunión del curso. Como ya no hay horario
de tarde ni comedor, había varios niños corriendo por el aula prefabricada
mientras la maestra trataba de dar su discurso sobre los últimos
coletazos del primer año escolar de estos 18 niños. «En resumen, no hay
nada que tenga que decirles, pero teníamos que hacer esta última
reunión», dijo para arrancar. Después recordó que el viernes, último
día de clase, habrá una fiesta para todos en el patio.

Lo único que faltaba por tratar eran las cuentas finales. Al
principio del curso, nos pidió que dos padres abriesen una cuenta
corriente en nombre de la clase de Infantil-3 (PIP: Programa de
Inmersión Progresiva), y que cada niño ingresara 30 euros para los
gastos del material. Esa misma mañana, el padre inglés grandote y
nosotros mismos abrimos dicha cuenta con los primeros 60 euros del
colegio. En el todo a cien de delante del cole, ese dinero daba para varias decenas de cajas de colores Carioca, pintura de dedos, papel, plastilina, …

Hoy, Emma nos ha dicho que sobran 100 euros y nos ha preguntado que
qué hacemos con ellos. Pero ha añadido: «La dirección prefiere que se
queden en la cuenta para que la maestra que venga el próximo curso
tenga algo con lo que empezar y que no le ocurra como a mi, que
estuvimos más de un mes sin nada de material».

Primer encontronazo. ¿Un mes sin material? ¡Pero si le dijimos que
comprase inmediatamente lo que hiciese falta! ¡Pero si abrimos la
cuenta el mismo día que lo sugirió! ¡Pero si incluso le dijimos que
podríamos más dinero de nuestro bolsillo si necesitaba algo para
arrancar el curso ya! Nuestra respuesta ha sido: «Eso es
muy injusto», y lo hemos tratado de explicar en dos idiomas. Pero Emma se
fue por los cerros de Úbeda para evitar reconocerlo, y los ingleses nos
miraban como diciendo “qué más dará si el curso empezó con material o
si estuvieron comiendo mocos hasta el mes pasado”. El inglés robusto
me dijo exactamente: «Qué más da lo que haya dicho Emma, eso es ya
parte del pasado».

Emma continuó diciendo que otras clases han decidido repartir lo que
sobra entre cada niño, y volvió a preguntar qué hacíamos con el dinero.
Una madre alemana sugirió que nos fuésemos los padres y la
maestra a comer por ahí con ese resto (al McDonalds, supongo). Yo
sugerí varias cosas: que se funda todo en regalitos para los peques;
que se les haga una fiesta particular con lo que sobra; que se traiga
un fotógrafo y se hagan fotos de recuerdo de su primer año de escuela, juntos; que
se vayan todos al dichoso Crazy-kidz que les encanta y salten y se revuelquen
durante dos o tres horas….. Emma añadió que tenía varias ideas para
acabar con el dinero. Pero no hubo quórum.

Las madres inglesas empezaron a murmurar entre ellas. Oímos a una
decir a otra, en inglés: «Es que estos quieren que se les devuelva el
dinero». Mon Dieu!!

Total incomunicación, pero no por el idioma sino por el choque
cultural, o yo que sé. El caso es que eran incapaces de comprender que
cada curso es un mundo, que el dinero es de los niños, que lo dimos
para este curso concreto y que es el colegio el que tiene que
espabilarse en cada clase para que haya un mínimo de material. Pero
todos  los ingleses estaban unidos frente a la idea de guardar
cinco o seis piojosos euros para el comienzo del próximo curso. «No
vamos a malgastarlos», dijo una cuando propuse que se fuesen al
Crazy-kidz.

Afortunadamente, el año que viene será vida nueva. Se acabaron las
cutreces. Ana dejará de desaprender su propia lengua, y nosotros
podremos formar parte de una activa e interesante asociación de padres
en la que a los progenitores les interesa algo más que su propio
ombligo. O sea, otro colegio.

Cuando se fueron todos, Emma nos contó que, por lo menos los padres
de esta clase han venido a las reuniones, aunque no se enteren de nada
de lo que se dice en ellas. En otros cursos, ni aparecen.

Cuando le pregunté si le daba pena que acabase el curso, dijo que
mucha, que había sido muy feliz dentro del aula con los niños, pero
que estaba deseando perder de vista esta escuela.