13.03.2006

Como un perro

Johan Eimeric

Alba, una niña de cinco años, se encuentra en coma después de una paliza. En este caso, la "corrección" que el Código Civil español (Art. 154) autoriza a los padres no ha resultado "moderada y razonable". Sin embargo, no se han oído voces pidiendo la eliminación absoluta de la violencia infantil.

Se ha intentado explicar la cadena de errores humanos e institucionales que ha dejado indefensa a esta niña, pero realmente la vulnerabilidad de los menores va mucho más allá de su relativa debilidad física. Si los protocolos de actuación van a empezar sólo cuando haya lesiones graves, se evitarán sólo los casos de vida o muerte. Pero hay muchos más.

Es imprescindible una prueba para llevar un vehículo de motor o utilizar una arma, y sin embargo la paternidad se deja en manos de cualquiera. Ni siquiera hay una ligera referencia en la educación básica, muy extensa en conocimientos abstractos de dudosa utilidad. Se espera que el instinto se baste por sí mismo, cuando los dieciséis años de educación obligatoria sugieren que no todo es precisamente innato.

¿Cuánta violencia instintiva sigue cultivándose en la intimidad de los hogares? ¿Cuántas bofetadas "a tiempo" podrían convertirse con algo de mala suerte en traumatismos cerebrales? Si el límite legal se va a encontrar en la sala de urgencias, los padres violentos tienen demasiado margen de maniobra.

Si todo sigue así, quizá los niños deberían solicitar el mismo tratamiento que los animales de compañía. Por ejemplo, en la Comunidad Valenciana ya hay una ley que, en su artículo 4º, prohíbe "maltratar a los animales o someterlos a cualquier práctica que les pueda producir daños o sufrimientos innecesarios o injustificados". La cárcel podría ser un castigo demasiado lejano, y resultaría más práctica la imposición de multas ejemplares.