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Número Dos.   19.12.2005

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Ingrid Bergman

«Papá, papá, ¡Esto es lo que yo voy a hacer!»

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Su padre tenía 44 años y su madre 30 cuando Ingrid nació, en Nybroviken, en el Mar Báltico. Fue el 29 de agosto del año 1915. No dudaron en ponerle Ingrid, que era el nombre de la princesa real de Suecia, que entonces tenía dos años. Fue hija única y se quedó sin padres cuando era muy joven. La madre de Ingrid murió cuando ella tenía dos años, y su padre cuando cumplió los 13.


En su autobiografía, hay muchas referencias a su padre, un hombre cariñoso y peculiar que la animó a hacer lo que quisiera en la vida. «Estaba muy orgullosa de él, aún cuando él no lo estaba de mi. Cuando yo era muy pequeña, yo siempre estaba siendo otra cosa: un pájaro, una farola, un policía, una maceta. Recuerdo el día que decidí ser un pequeño perro. Estaba muy alterada cuando mi padre se negó a ponerme un lazo alrededor del cuello y llevarme a pasear.», escribe Ingrid.

«Solía disfrazarme... y mi padre me ayudaba a ponerme sombreros raros, una pipa en la boca, gafas, esa clase de cosas —él estaba muy interesado en el arte de la fotografía y me sacaba fotos mientras me divertía con sus grandes zapatos y todo eso. Me ponía delante del espejo y hacía el papel de todo, desde osos grandes hasta ancianas o princesas: representaba todos los papeles y me los inventaba porque empecé con todo esto antes de aprender a leer
».

Después su padre le dijo que tenía que cantar ópera y aprender a tocar el piano. Empezó a tomar clases de canto a los ocho años y la obligó a aprender piano. «De hecho, yo le insistía en que no estaba educándome correctamente (...) Por ejemplo, yo quería ser como los otros niños de la escuela y tener mi asignación de dinero semanal, una corona. Pero cuando yo le preguntaba: "¿Me puedes dar mi dinero, papá?", Él echaba mano a su bolsillo y me lo extendía. ˝Aquí está, coge tanto como quieras. Ten, cógelo" Y yo decía: "No, no, no, esto es mucho. No debes hacer eso, no debes malcriarme. Sólo debería tener una corona a la semana".
—"Venga, no seas tonta. El dinero está sólo para gastarlo. Cógelo".
—"No, papá, no lo cogeré. Mira, cogeré dos coronas. Guarda el resto. Debes aprender a mirar por el dinero". Así que le tenía que educar yo, sobre cómo educarme a mi
».

Pasaba lo mismo con el colegio. El padre de Ingrid pensaba que la educación, después de una edad determinada, era una pérdida de tiempo, y que había que dedicar el tiempo a hacer aquello que a uno más le apasiona, quizás por que él mismo no lo pudo hacer. Cuando Ingrid llegó a tener diez u once años, trató de disuadirla para dejar el colegio y emprender una carrera como cantante de ópera.

«¿Para qué quieres seguir en la escuela? Ya sabes sumar y escribir. Estás perdiendo el tiempo. Es mejor que te metas directamente en la ópera. Estas tomando lecciones de canto y de música. Eso es vida. Esa es la auténtica esencia de la vida. Ser un artista. Ser creativo. Mucho más importante que sentarse en un colegio y aprender historia y geografía. Conozco gente en la ópera. Dejémos la escuela...», le dijo su padre. Ingrid le contestó que seguir en la escuela hasta que fuese mayor y que no debía hablar de esa manera.

En aquella época, los niños empezaban la escuela a los siete años y estudiaban durante once años hasta conseguir un diploma. Después de eso, podían pensar si ir o no a la Universidad, aunque todas las chicas de la escuela estaban adoctrinadas para casarse. Pero lo que Ingrid quería hacer era ir a la Escuela de Arte Dramático, y eso fue lo que hizo en cuanto acabó el colegio, con 18 años.

«Mi padre era un bohemio, un artista, muy despreocupado, y mi madre era la auténtica burguesa. Pero eran muy felices juntos. Mi madre tuvo tres hijos. El primero murió al nacer y el segundo a la semana de nacer, y yo llegué siete años después. No recuerdo nada de mi madre. Mi padre me filmó sobre su regazo cuando tenía un año, y después cuando tenía dos, y a los tres me fotografió poniéndole flores en su tumba. (...)
Experimentó con las imágenes en movimiento y fotografió a mi madre con su cámara. Cuando yo estaba en Hollywood, David Selznick tenía un antiguo procesador de películas y las reveló para mi, y fui capaz de ver a mi madre moviéndose por primera vez en mi vida
».

Cuando la madre de Ingrid murió, una tía se encargó de cuidarla. Era la tía Ellen, una de los 14 hijos que tuvieron sus abuelos paternos. Era la única tía soltera, y se encargaba de ir de casa en casa de sus hermanos, resolviendo problemas.

Cada año, el padre de Ingrid la llevaba a ver a sus abuelos maternos a Alemania, y a sus tías. La dejaba allí unos días y él se iba a Inglaterra o a cualquier otro lugar de Europa. «Era horrible —¡Horrible!», escribe Ingrid. «Cuando se marchaba, yo solía meterme en el lavabo a llorar». Ingrid estaba acostumbrada a un padre cariñoso que la trataba como a una hermanita, y sus abuelos eran muy serios y estrictos. Ingrid les tenía un miedo espantoso.

Una vez, su abuela la despertó en medio de la noche y la obligó a levantarse a doblar un vestido que se había dejado sobre una silla. Ingrid tenía unos 10 años. Le hizo que doblara el vestido la ropa interior cuidadosamente y los colocara sobre la silla. «Después señaló mis zapatos, y yo dije, "Pero, abuela, los he puesto en mi silla y están limpios˝. "Sí, mi niña, pero no están bien. Deberían estar juntos con las puntas a la misma altura y apuntando en la misma dirección».

Ingrid dice que ese tipo de cosas permanecen durante toda la vida, y que ella se convirtió con el tiempo en una obsesionada del orden en casa, seguramente por la influencia de su abuela.

Su padre la llevó a un teatro por primera vez a los once años y recuerda lo impresionante que fue para ella. «Todas aquellas personas mayores sobre un escenario haciendo las cosas que yo hacía sola en casa, sólo para divertirme. ¡Y les pagaban por ello!», escribe Ingrid. «Y me giré hacia mi padre en el primer intermedio, y probablemente me oyeron en todo el teatro porque estaba tan emocionada, y le dije, «Papá, papá, esto es lo que yo voy a hacer!»


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