20.01.2007

OPINION

Competencia desleal

Johan Eimeric

Tom Hanks, en su papel de Joe Fox en Tienes un email, comentaba que El Padrino era como el I-Ching: tenía todas las respuestas. Jerry Seinfeld, viejo conocido de los lectores de esta columna, es el I-Ching de la infancia. Comentaba en el episodio El ataque al corazón que le gustaba ser adulto sobre todo porque podía comer galletas cuando quería: "Muchas veces me quito todo el apetito a propósito. Simplemente me lo quito. Y entonces, llamo a mi madre para decirle que lo he hecho: Hola, mamá, sí, acabo de quitarme el apetito... galletas".

En muchos colegios, los alumnos se han vuelto adultos gracias a la asignación semanal y las máquinas expendedoras. Sólo cuando han contribuido a un aumento espectacular de la obesidad, empiezan a tomarse medidas. Y han venido de los gobiernos, y no directamente de los colegios, porque sus sistemas sanitarios empiezan a verse afectados por el problema.

Para muchos colegios, la nutrición se ha convertido en otra línea de negocio, en lugar de considerarla como el único conocimiento que los alumnos aplicarán diariamente durante toda su vida. Menos mal que también el menú equilibrado, cuyo precio real es de 3 euros (como un Happy Meal), permite un gran margen de beneficio.

En 1946, Harry Truman (más famoso por ordenar el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki) firmó el National School Lunch Act, que subvenciona un almuerzo equilibrado a los niños cada día de colegio. Por desgracia, esta comida ha llegado a convertirse para los alumnos estadounidense en "la comida de los pobres". Quien tiene dinero, se compra lo que quiere en la cafetería o en las expendedoras de la escuela...

Los colegios permiten muchas veces esta competencia desleal, y no sólo por motivos económicos egoístas. También lo hacen por congraciarse con los alumnos, a quienes hacen partícipes de los beneficios. Que vengan enseñados de casa, donde comen la mayor parte de las veces. Quizá podrían llegar a hacer lo mismo con el deporte, o el arte, o la música, esas cosas tan difíciles de ajustar en horarios, apuntes o exámenes.

Como dice el Dr. McGill, esos niños tendrán su infarto mucho después de haber salido de la escuela. Ya buscaremos la causa en lo que hicieron el último mes, o la última semana, porque hasta ahí llega nuestra mirada intelectual.