Si alguien quiere disfrutar leyendo el manuscrito original de Alice
in Wonderland
, escrito e ilustrado por Lewis Carroll, o escuchar cómo alguien lo lee mientras se
recorren sus páginas, sólo tiene que ir a Turning the Pages,
de la British Library. Es una de las mejores bibliotecas digitalizadas
on-line. El interfaz permite tener la sensación de estar pasando las
páginas de verdad. En lugar del dedo, sólo hay que arrastrar el cursor.
Una maravilla.

Este es Harold Eugene Edgerton
(1903-1990). Cuando era niño le gustaba montar y desmontar todo tipo de
máquinas. Le entusiasmaba averiguar cómo funcionaban, y después las
volvía a dejar como estaban. Tenía además un tío fotógrafo que le
enseñó los secretos de las cámaras de la época. De mayor, estudió
ingeniería
eléctrica en la Universidad de Nebraska, y después pasó al
MIT (Massachusetts Institute of Technology),
donde pasó el resto de su vida académica y donde hizo de la enseñanza
una forma de vida.

Doc —como le llamaban sus colegas del MIT— pasó a la
historia por inventar el estroboscopio. O, para ser más exactos, por convertir el estroboscopio en un aparato
portátil y barato
con multitud de utilidades asombrosas. Con él, revolucionó la
fotografía moderna y captó algunas de las imágenes más
sobrecogedoras de todos los
tiempos.

La luz estroboscópica consiste, básicamente, en disparos múltiples
de flash. Con ella, la cámara puede congelar los movimientos más
rápidos, esos que el ojo humano no es capaz de percibir, o detener algo
que ocurre en unas milésimas de segundo, como la gota de leche (arriba). Tiene aplicaciones prácticas
en ingeniería. Se usa, por ejemplo, para revisar la rotación de
cualquier maquinaria porque permite verla como si estuviese parada o
girando muy despacio.

En los años 30, Doc realizó esta fotografía de un jugador de béisbol.
Se aprecia con gran nitidez la deformación del balón en el momento de
la patada.

Sus imágenes empezaron pronto a aparecer en los periódicos y por su despacho del
MIT pasaron todo tipo de personalidades esperando que les ayudara con
su luz estroboscópica. Expuso en el Museum of Modern Art
de Nueva York. Trabajó para las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos,
donde le pidieron que diseñara una potente lámpara estroboscópica para
fotografiar por la noche; y con la comisión de Energía Atómica, para la
que inventó una
cámara capaz de fotografiar explosiones nucleares (el Rapatronic). En Hollywood, colaboró en el oscarizado corto Quicker than a wink, de Pete Smith. Y también ayudó al Jacques Cousteau a buscar tesoros bajo el mar.

Educación como forma de vida

Sus alumnos del MIT le adoraban por su amabilidad, su ternura, y por su
tremendo entusiasmo al enseñar. Cuentan que su hospitalidad no acababa
en las aulas. Solía invitar a sus alumnos a probar las exquisiteces culinarias de Esther,
su mujer, y a cantar You are my sunshine mientras él tocaba el
banjo. Esta es una nota dirigida a una de sus clases, en 1946:

«Apareced en
el número 205 de School Street alrededor de las 6:30 p.m equipados con
apetito. No se permitirán libros, reglas, ni apuntes… Tratad de
memorizar la letra de estas Tech Songs. La multa para los que se
equivoquen podría ser la oportunidad de ayudar con los platos!»

Esta fabulosa frase es suya: «El truco para la educación
es enseñar a la gente de tal forma que no se den cuenta de que están
aprendiendo hasta que ya es demasiado tarde».

Martin Waugh es uno de los fotógrafos contemporáneos que se han
beneficiado de la técnica de Edgerton. En su web nos muestra su
colección de Esculturas Líquidas.

Una vez le comenté a una pediatra que a Ana le costaba dormirse. Sin
mediar palabra, sacó un papel para extender recetas y apuntó Duérmete niño, el famoso libro de Eduard Estivill,
como si se tratase de la Apiretal. El método que propone este neurólogo se basa en dejar
llorar al niño hasta que se canse y se resigne a quedarse solo, aunque,
para no ser tan brusco, ocupa varias decenas de páginas para decir
cómo hacerlo poco a poco. El libro ha
tenido un éxito arrollador y se puede encontrar hasta en
pueblos donde no hay ni una sola librería.

Un grupo de personas han elaborado la Declaración Sobre el Llanto de los Bebés,
que pretende hacer de contrapeso. Al margen de ciertos ramalazos
holísticos, que siempre echan a perder estas iniciativas (sugieren que
parir sin epidural es lo más recomendable, por ejemplo), y de la falta de
referencias científicas claras (como también ocurre en el libro de
Estivill), el texto destila más sentido común que el del rico neurólogo.
Aquí hay un fragmento:

«Varios científicos
estadounidenses y canadiense (biólogos, neurólogos, psiquiatras, etc.),
en la década de los noventa, realizaron diferentes investigaciones de
gran importancia en relación a la etapa primal de la vida humana;
demostraron que el roce piel con piel, cuerpo a cuerpo, del bebé con su
madre y demás allegados, produce unos moduladores químicos necesarios
para la formación de las neuronas y del sistema inmunológico; en fin,
que la carencia de afecto corporal trastorna el desarrollo normal de
las criaturas humanas. Por eso los bebés, cuando se les deja dormir
sol@s en sus cunas, lloran reclamando lo que su naturaleza sabe que les
pertenece.

En Occidente se ha
creado en los últimos 50 años una cultura y unos hábitos, impulsados
por las multinacionales del sector, que elimina este cuerpo a cuerpo de
la madre con la criatura y deshumaniza la crianza: al sustituir la piel
por el plástico y la leche humana por la leche artificial, se separa
más y más a la criatura de su madre. Incluso se han fabricado modelos
de walkyes talkys especiales para escuchar al bebé desde habitaciones
alejadas de la suya. El desarrollo industrial y tecnológico no se ha
puesto al servicio de las pequeñas criaturas humanas, llegando la
robotización de las funciones maternas a extremos insospechados.

(…)

Deberíamos sentir un
profundo respeto y reconocimiento hacia el llanto de los bebés, y
pensar humildemente que no lloran porque sí, o mucho menos, porque son
malos. Ellas y ellos nos enseñan lo que estamos haciendo mal.»

La Asociación Primal es otra iniciativa contra la epidemia-Estivill. Dicen en su web:

«Con el método
Estivill (que es una copia más o menos sofisticada de los métodos de
crianza conductistas tipo Feber – métodos inspirados en dicho autor),
el bebé no se duerme, sino que se adormece para intentar reprimir la
catastrófica realidad de estar bajo el cuidado de unos padres tan poco
sensibles a sus necesidades básicas; y se adormece también para
intentar evitar “perder el sueño” y perder la esperanza de que algún
día sus necesidades primarias vayan a ser satisfechas.

(…)

El Dr. Estivill muestra claramente su “miopía emocional” con frases como estas, extraídas del capítulo 4º de su libro:

“…no dudéis que vuestro “corazoncito” flaqueará cuando oigáis llorar a vuestro hijo…”

“…lo más probable es que en ese momento esté llorando a moco tendido… Ni caso. Seguid hablando como si nada…”

“…Es ahora cuando
papá y mamá han de mostrar su verdadera fortaleza. No deberán pensar en
Juanito, que alza sus bracitos con cara de morirse de pena…”

“…lo lógico es que
llore, grite, vomite, patalee, diga “sed”, “hambre”, “pupa”, “no te
quiero”… lo que sea con tal de conseguir que os dobleguéis, pero ni
os inmutéis … Y si os cuesta mucho, pensad que lo estáis haciendo por
su salud y la de toda la familia…”

”…porque es Juanito quien se ha de adaptar a vosotros y no vosotros a él…”»

Ayer vi a una madre en el Carrefour que seguramente se había
aprendido
el método Estivill y lo aplicaba las 24 horas del día. Llevaba una niña
y
un niño de pie dentro del carro de la compra llorando a todo pulmón y
gritando «Mami! Mami! Mami!» con los dos brazos extendidos hacia ella.
Era un auténtico escándalo. Todo el mundo la miraba. Pero la madre no
parecía oírles. Avanzaba
impasible, como la malvada bruja de Blancanieves, empujando del carro
como si los llevase hacia el infierno. Deberían de retirarle el carnet
de padres a muchas personas.

  • Yo tengo una hija de más o menos 20 meses que cuando vamos a la playa
    se dedica a tirar arena sobre la gente. Y me parece muy divertido. Por
    el contrario, cuando otros niños me tiran arena a mi, no me hace
    ninguna gracia. Esto es una prueba contundente de que mi hija, cuando
    tira arena, tiene mucha más gracia que los demás.
  • Los locos y los niños dicen siempre la verdad. Por ello se ha creado los manicomios y los colegios.
  • La gente joven está convencida de que posee la verdad. Desgraciadamente,
    cuando logran imponerla ya ni son jóvenes ni es verdad.
  • El mejor control de natalidad sería que las mujeres pusieran huevos.
    Que quieres tener un hijo, se incuba; que no se quiere tener, te haces un
    huevo frito.

Según cuenta en la revista Consumer
Mª Jesús Álava Reyes,
especialista en Psicología Educativa con más de 20 años de experiencia,
el trago que supone el primer día del cole puede ser mejor o peor según
la edad que tenga el pequeño. Dice que los padres deben conocer las
etapas de desarrollo de los niños para prever los comportamientos:

—Un bebé menor de 8 meses en la escuela
infantil: A esa edad apenas se da cuenta del abandono y acepta «bastante rápido» el nuevo ritmo de la guardería.

—De los 8 a
los 18 meses. «Piensan que su madre se va
y no va a volver nunca. Por tanto, si podemos evitar llevar al bebé por
primera vez a la escuela infantil en este periodo crítico, mejor», dice Alava Reyes.

—Entre los 2 y los 4 años se produce la adaptación más suave en un entorno educativo adecuado.

—De los cuatro a los 6 años, la incorporación al cole «no tiene por
qué ser complicada» porque «se trata de un proceso de adaptación en el
que el
niño ha de familiarizarse y sentirse a gusto con sus profesores y sus
compañeros».

—Mayores de siete. Dice que esperan el cole con verdadero anhelo, salvo excepciones.

—A partir de los 12, empiezan las etapas confictivas y el diálogo abierto es la mejor ayuda para los jóvenes.

****************

Nada de esto coincide con mi caso. Yo pisé un aula por primera vez a
los seis años, y, en lugar de dialogar conmigo, la directora y una
maestra me metieron a empujones. Le di una patada a la directora, sin
querer. Sólo trataba de evitar entrar en aquella sala. Estaba también mi
madre, que supongo
que no conocía otra solución mejor para aquel día tan dramático. Así
que entré a la fuerza en un aula llena de
niñas (éramos las del baby-boom) sentadas en sus pupitres y mirándome con los ojos como platos. La maestra me instaló en su mesa durante el primer mes
porque no sabía ni hacer la O con un canuto (ni tampoco defenderme de aquellas fieras). Luego me soltó con las leonas.

Jamás esperé el primer día de cole con
anhelo. Además, gracias a mis malos
profesores,
acabé eligiendo carreras que aniquilaron el temperamento
artístico que tenía desde niña. Vamos, un desastre.

Seguro que tu primer día de cole fue mejor que el mío.

Dice hoy Miguel Torres, un columnista del diario gratuito Metro,
que ahora hay niños por todas partes, que España se ha convertido en un
gigantesco parque infantil y que, en parte, es debido al nuevo tipo de
padre, que, según él, cambia los pañales de los bebés mientras su mujer
sigue enfrascada en la conversación en la terracita del bar. Esta es su
opinión:

Son
muchos los fenómenos que definen a la actual sociedad, pero uno de los
más característicos es el de la masiva presencia infantil en todos los
sitios. Con la vuelta al colegio es momento de reflexionar sobre este
protagonismo absoluto que tienen los niños en la vida española. Aún
tenemos reciente en la retina del verano la invasión infantil, a todas
horas, en las más variadas zonas de ocio y esparcimiento, en
restaurantes y paseos, condicionando la existencia de los mayores.
Todos hemos visto a los pequeños dormidos en extrañas posturas, a altas
horas de la noche, mientras sus padres prosiguen la dilatada sobremesa
nocturna, o corretear los más despiertos entre las mesas, o deambular
de la mano de sus progenitores en horario prohibido para los pequeños
en años aún recientes. La falta de servicio doméstico interno, la
incorporación masiva de la mujer al trabajo fuera de casa, el propósito
de los padres de no renunciar a las salidas nocturnas y la relajación
de una disciplina que mandaba a los niños a la cama a unas horas que ya
son sólo tema de una canción infantil televisiva han operado un cambio
sustancial en los comportamientos sociales de los que se deriva esa
pleamar infantil.

El fenómeno va unido al del nacimiento de un
nuevo tipo de padre que dedica al cuidado y atención del hijo mucho más
tiempo que muchas madres. Es cada vez más frecuente ver cómo el hombre
se ocupa del biberón del pequeño o corre a la zona de servicio para
cambiar los pañales, mientras su pareja femenina sigue absorta en la
conversación. Es la antítesis de aquel padre serio, distante y
malhumorado que vivía instalado en el ejercicio del machismo. Son
síntomas claros de un cambio, no sé hasta qué punto mayoritario o
minoritario, en el que el hombre adquiere cada vez más protagonismo
doméstico, mientras que la mujer está dispuesta a disfrutar de las
conquistas igualitarias. Con esta colaboración masculina se hace más
llevadero ese peregrinaje familiar nocturno que en verano lo llena
todo.

Como resultado de todo esto, el niño vive en el mejor de
los mundos y obtiene, sin tiempo para desearlos de verdad, todos los
caprichos. Cuando éramos niños habíamos de desear muchos años, y a
veces sin resultado, la bicicleta y los patines. Ahora los tienen todos
aún antes de estar en edad de poder usarlos, y acompañados por toda
suerte de juguetes, incluidos, por supuesto, los de avanzada
tecnología, en una catarata que hace prácticamente imposible su
asimilación o entusiasmo por parte de los pequeños. España se ha
convertido en un gigantesco parque infantil.

Esta es Fulla,
la muñeca de más éxito en Oriente Medio. Existe desde el año 2003 y
después de que prohibieran la Barbie en Arabia Saudí por considerarla
un símbolo decadente de Occidente y con una vestimenta vergonzosa. Fulla
se parece mucho a Barbie, pero tiene menos curvas, menos maquillaje y
unos pechos más pequeños, todo ello escondido debajo de las ropas y del
velo. Pero lo más importante de esta muñeca musulmana es su
personalidad. Los anuncios en televisión la muestran levantándose al
amanecer para cocer una torta a un amigo, rezar a Alá y leer un libro
antes de irse a dormir. Los padres han aprendido a ver a Fulla como una
mujer honrada que respeta a su padre y a su madre, y ayuda a que las
niñas vean lo del velo como algo normal, cosa que los más conservadores
ven como conveniente. Lo peor es el precio. Allí cuesta el doble que en
cualquier juguetería de Occidente.

En El País de hoy,
cuentan que hay 400.000 niños que se han quedado sin escuela por el
huracán Katrina. Hablan de niñas rubias y pecosas que echan de menos a
sus compañeras y de un tan Alan, de 15 años, que echa de menos su
Nintendo y su televisor. «Descontentos con la mala calidad de la
enseñanza pública, los padres, sobre todo los de clase media blanca,
suelen optar por los colegios religiosos», dice El País. Respecto a las
clases menos favorecidas económicamente, este diario habla de medio
millar de niños alojados en el albergue del recinto ferial de Baton
Rouge que han comenzado a ir a escuelas públicas locales.

¿Medio millar? ¿Y a qué tipo de colegios les han enviado?

Hace unos días, el Mother Jones
nos ponía en antecedentes: las escuelas de Nueva Orleans ya tenían
serios problemas antes del huracán. En ese lugar había miles de
estudiantes que recibían educación en escuelas muy pobres. Ese lugar
estaba considerado una especie de capital de la delincuencia y muchos de sus
colegios sufrían los peores efectos de la pobreza.

Con el huracán, el gobierno estadounidense se ha puesto a prueba en
varios aspectos que no parece haber sabido resolver. El primero fue el
de proteger a la ciudad de las graves inundaciones. El segundo, el de
evacuar a los habitantes, concretamente a los negros (casualmente los más pobres,
que ni tenían coche ni dinero para coger el avión o instalarse en un
hotel). El tercer test es el
de la educación de los niños, que tenían que ser evacuados a otras
zonas de Lousiana o de otros Estados vecinos. La duda que quedaba era si estos pequeños iban a
acabar en escuelas tan desfavorecidas como las suyas propias o si iban
a poder disfrutar de un trato digno e igualitario por primera vez en su existencia.

Según el Mother Jones, aunque se dice que las escuelas públicas
americanas proporcionan las mismas oportunidades a todos los alumnos,
la realidad es que las consideradas de clase media registran un 25% más
de éxito académico que las más pobres. Y, concretamente, en algunos
distritos de Nueva Orleans el fracaso escolar es mucho más elevado que
en todo el Estado de Lousiana.

En otros Estados se están buscando soluciones para
acabar con la segregación económica. Reducen la concentración de
pobreza y los alumnos funcionan mejor. Se ha comprobado que los niños más pobres van mucho mejor en el colegio cuando se les instala en una escuela de clase media.
De hecho, dice el Mother Jones, estos pequeños tienen mejores
resultados académicos que los alumnos de clase
media que acuden a las escuelas más desfavorecidas.

«Son los niños de Nueva Orleans los que han tenido que pasar por
experiencias por las que ningún niño tendría que haber pasado. Y ahora
no tendrían que ser recolocados en las peores escuelas plagadas de
fracaso escolar. Son ciudadanos no sólo de Nueva Orleans sino de
Estados Unidos, y merecen ser bienvenidos en los colegios de clase
media de América. Esta es una prueba que el gobierno debe pasar».

¿La habrá pasado?

Y hablando de artículos periodísticos que cuentan mucho y de otros que no cuentan nada, aquí hay uno publicado en The American Prospect
el 23 de mayo —varios meses antes de la llegada del huracán Katrina—
que anunciaba todo lo que ha pasado después. Impresionante es que nadie le hiciera el menor caso.

 

Terry Gillian acaba de presentar un cuento infantil para mayores de 18 años en el Festival de San Sebastián. Se titula Tideland. El director y ex componente de los Monty Python
dice que es un canto a la imaginación y la fantasía de los niños que
están atrapados por la realidad de las televisiones. Trata de una niña
llamada Jeliza-Rose —la actriz Jodelle Ferland (en la foto)— que vive en una casa
destartalada con sus padres drogadictos —Jeff Bridges y Jennifer
Tilly—. Los padres mueren antes de la mitad de la película y la pequeña
se queda sola, sobreviviendo en un mundo de fantasía que recuerda a
Alicia en el País de las Maravillas: ardillas que hablan, conejos que
se esconden en madrigueras,… pero también cabezas de Barbies que
hacen de consejeras, tiburones que viajan por las vías del ferrocarril,
y personajes como «un epiléptico descerebrado», según lo describe El País, y una mujer que practica la taxidermia con sus seres queridos.

Cuentan que muchos de los que fueron a ver los dos primeros pases
abandonaron la sala antes de que acabara el film. Gillian argumentó al
respecto que le parece bien: «No creo que sea una película fácil de ver
para los que no tienen la mente abierta. Hay que abordarla con ojos de
niños y ser una persona inocente. Los estúpidos, que no vayan a verla.
A mí me parece una película extraordinaria, basada en un libro mágico
de Mitch Cullin», dijo.

(Primer capítulo)

Gillian dice que empezó pronto a sospechar que era una mutación:
«Soy un desvío genético de la naturaleza. El mundo en sí es mágico,
aunque a diario nos vemos desbordados por cifras y datos que rellenan
nuestro pensamiento, y no vemos el mundo como debiéramos. Además, no
alentamos a nuestros niños a ir al bosque ni a que imaginen historias».

Hablando de la joven actriz, que acaba de cumplir 10 años, Gillian dijo
que no la dirigió sino que fue ella la que le llevó por sus caminos. «A
los niños no se les puede meter en cajitas de cristal para protegerlos.
Son fuertes y capaces de reinventar sus vidas y convertirlas en algo
mágico y maravilloso», dijo.

Como siempre, habrá que verla en vez de fiarse de las malas (o buenas) críticas. Un recomendable comentario enviado a la IMDB dice:

Good film? Bad? This hard-to-digest film seems to remain outside of
such judgments. Best to see it for yourself. One thing is guaranteed:
it’s an unsettling journey into the realms of the weird.

Es bastante más útil esa opinión que el artículo de la enviada a San Sebastin por El País, que empieza así:

Bienvenido al mundo de la imaginación.[punto] Aunque sea con 64 años que tiene
el transgresor y sorprendente cineasta estadounidense Terry Gilliam,
que presentó ayer en la sección oficial
Tideland, un filme que
el propio director calificó de “potente” y su productor Jeremy Thomas
de “una de las cosas más curiosas y raras del año”.

Hoy en el autobús se ha sentado junto a mi una mujer con un bebé de
varios meses que dormía plácidamente en su carrito. Me miró y señaló al
pequeño, como disculpándose: «¿Se nota que lo ha vestido mi marido?
¿Sí, verdad? ¡Mira cómo ha puesto al pobre! ¡Y con el calor que hace!»
Y se echó a reír. Ni me había fijado, pero el bebé llevaba unos
pantalones cortos encima de uno de esos pijamas pelele con pies y una
chaqueta de lana batante gruesa, a pesar de estar a 30º. «¡Qué inútiles
son los hombres!», sentenció con una sonrisa.

Recordé ese tema de debate bastante recurrente entre parejas sobre
si todos los hombres son un desastre en el sentido estético por el mero
hecho de ser hombres (y heterosexuales). Algunos están convencidos de
que no saber conjuntar una camisa con unos pantalones es algo inherente
al macho de nuestra especie. Pero siempre hay alguien en el grupo que
es también es hombre pero sensible a las mezclas de colores, entre
otras cosas, y todos acaban preguntándose interiormente si no será gay
a pesar de estar casado y tener dos niños. Como decía el fabuloso Jerry
Seinfeldt: «Y aunque lo fuera, no pasaría nada».

Se han escrito ya bastantes obras sobre los estudios de género, un filón
que nunca se acaba y que siempre resulta rentable. Uno de esos libros lleva por título: Why men don’t iron (Por qué los hombres no planchan), y está escrito por Anne Moir. Comienza así:

«We hear a lot these
days about the “new man”. He is more sensitive than the older model,
more ready to help about the house or to spend time with his children.
He is civilized, declawed, and gentle. He can still be strong, of
course, but his strength is manifested by patience and emotional
warmth. This paragon sounds suspiciously like a female; indeed, it is
often said that the new man is “in touch with the feminine side”. The
supposed compliment betrays a fin de millenium unisex ideal. (…) It
is Generation X —with a splash of Calvin Klein’s cKOne— cruising the
line betwenn sexual identities and possessing the best traits of both
with none of the old male’s inconvenient faults.

Today New Man is
updated by another: Postmodern Man, the new man dressed to the hilt in
academic theory. He is also a sharing, softer sort of guy, less
competitive than the traditional male, and at home with his amorphous
sexuality. He too is meant to be in touch with his female side. It
might seem, then, that theres is molded by social forces. He is a human
object of whom no part is given by nature. Postmodern man is a
boy-child of intellectuals who teach gender studies. New man is a
creation of popular feminism, media hype, and out-of-touch copywriters.
What is common to both postmodern man and new man is that they are
aspirational figures: neither exists outside the academic mind or Gucci
perfume ads. There is one big ostacle to the whole theoretical
caboodle: a realistic account of sex differences will close the door on
the intellectual postmodern republic.

(…)

Women and gays, after
all, have most to fear from the old, unreconstructed male who can be
intolerant, be crude, and show a frightening capacity for violence; the
new man, if he can be fetched into existence, will be a much pleasanter
creature. We have turned Professor Higgins’s question on its head. Now
we ask why a man can’t be more like a woman.

The straight answer
would be that it is not in most men’s nature to be like a woman, nor in
hers to be like him. That assertion, however, ignores another
fashionable belief which insists that our sexuality is not natural at
all, but a social construct. This belief, which goes hand in hand with
claims about bisexuality, insists that we all have the capacity to be
heterosexual, homosexual, or bisexual, and the only thing which
determines our sexual orientation is social pressure. At first glance
this might seem an odd assertion, but increasingly the Western world is
being driven by the belief, often enshrined in law, that the only
differences between men and women, other than their obvious physical
atributes, are those caused by privilege, opportunity and influence.»