Ji Lee vive en la ciudad de Nueva York y ha imprimido 15.000
bocadillos como el de arriba. Los va pegando en los anuncios y después
pasa a fotografiar lo que la gente ha escrito en ellos. Las fotos
pueden verse en su web. De momento, este experimento sólo se ha hecho
en Nueva York, pero Ji anima a todos a que hagan lo mismo por todo el
mundo y le envíen imágenes. Así pasarán a formar parte de The Bubble Project,
una idea que surgió como rechazo del bombardeo de publicidad que
sufrimos cada día. Ji Lee quiso convertir los anuncios en algo
distinto, interactivo, divertido, … Sin embargo, hay que tener en
cuenta una cosa: es ilegal. Se considera un acto vandálico y si te
pillan haciéndolo se te puede caer el pelo.

Stanley Milgram
(1933-1984) fue un psicólogo de la Universidad de Yale (EEUU) que publicó en
1963 un impactante estudio sobre la obediencia a la autoridad en el
Journal of Abnormal and Social Psychology. Las conclusiones de aquel
experimento fueron tan polémicas que a Milgram le echaron de la APA
(American Psychological Association)
al año siguiente por cuestiones éticas. Sin embargo, pronto sería
considerado uno de los estudios de psicología social más importantes
del siglo XX.

El País menciona hoy a este hombre en su refrito de cada jueves de The New York
Times
. El artículo original del diario neoyorquino ha quedado tan
destrozado que es recomendable leer sólo el original, que data del 27 de
septiembre (vía Herald Tribune). Dan Hurley, un periodista científico
del Times, se trasladó a Ohio para pasar el día en el Archivo de
Historia de la Psicología Americana
(motivo del reportaje), un fascinante museo de la Universidad de Akron que contiene
desde películas de Freud hasta la máquina de shocks que utilizó
Milgram para su estudio. Hurley estuvo hablando con el doctor David B. Baker,
director del museo, recorrió los archivos, y aprendió todo sobre la colección de
manuscritos, libros y aparatos. Incluso se sometió al psicógrafo.
Seguramente el periodista de El País sólo obedecía órdenes cuando se comió el 80% del texto  de Hurley y conservó la firma.


El estudio de Stanley Milgram sobre la obediencia

Milgram empezó con los experimentos en 1961, un año después de que
condenaran a muerte a Adolf Eichmann en Jerusalén por crímenes contra
la Humanidad durante el régimen nazi en Alemania. Este psicólogo
neoyorquino se preguntó por qué un hombre que no tenía nada en contra
de los judíos y que parecía tan normal había acabado
participando en el Holocausto. ¿Era posible que sólo acatase
órdenes?


Método del trabajo

Pusieron unos anuncios en un diario de New Haven (Connecticut) pidiendo
voluntarios para un experimento científico relacionado con «la memoria
y el aprendizaje» en la Universidad de Yale. Pagaban cuatro
dólares más dietas. No se les habló del motivo real del estudio para no influir en los resultados finales. Acudieron
voluntarios de entre 20 y 50 años de ambos sexos y de todas los niveles culturales.

Había tres figuras: el investigador (que hacía el experimento), el
“maestro” (que era el voluntario, el auténtico conejillo de indias del
estudio) y el “alumno” (un actor que fingía ser otro participante). El
investigador explicaba que pretendían probar los
efectos del castigo en el aprendizaje. Añadía que existían muy pocas
investigaciones en ese campo y que no sabían cuánto castigo es necesario
para un mejor aprendizaje.

Ambos debían sacar un papelito de una caja para escoger el rol que desempeñarían en el
experimento supuestamente aleatorio. En realidad, en todos los papelitos ponía
“maestro” y el actor fingía haber sacado el de “alumno”.

En una sala vecina, el “actor” se sienta en una especie de silla
eléctrica y se le ata «para evitar un movimiento excesivo». Se le
colocan unos electrodos y se advierte que las descargas pueden llegar a
ser extremadamente dolorosas pero que no provocarán daños irreparables.
Se les da
una descarga de 45 voltios a ambos para que el maestro
vea qué tipo de dolor recibirá su alumno.

Entregan una lista de pares de palabras que el “maestro”
tiene que enseñar al “alumno”. Primero lee todas las palabras seguidas y después sólo
la primera de cada pareja y el “alumno” tiene que adivinar la segunda de
entre cuatro posibilidades. Para ello, el “alumno” tiene que presionar uno de los
cuatro botones (del 1 al 4), según la respuesta que crea correcta. Si
acierta, pasa a la palabra siguiente. Pero si se equivoca, recibe una descarga de 15 voltios. Y con cada nuevo error, se van
sumando 15 voltios más, hasta los 30 niveles de descarga estipulados en
el experimento.

El “maestro” cree que está dando realmente descargas al “alumno”, pero son
simuladas. Cuando alcanzan cierto nivel, el “actor” empieza a golpear la
pared que le separa
del “maestro” para que pare. Grita de dolor,
renuncia al experimento, le suplica que se detenga. Si llegase a los
270
voltios, agonizaría. A los 300, deja de responder… Todos esos sonidos
de dolor, en realidad, eran la misma
grabación que escuchaban por igual todos los
“maestros”.


Reacciones de los “maestros”

En general, al llegar a los 75 voltios, se ponían nerviosos ante las
quejas de dolor y sugerían abandonar el estudio, pero la rígida autoridad del
investigador les convencía para seguir con frases como: «Continúe, por
favor». «Es absolutamente esencial que continúe». «Usted no tiene otra
opción, debe continuar». Si después de estas frases, el “maestro” se negaba a continuar, el experimento se paraba.

Resultados

Antes de realizar el experimento, el equipo de Milgram creía de forma
unánime que sólo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo de 450
voltios. Pero se quedaron sorprendidos al comprobar que el 65% de los
“maestros” lo aplicaron, aunque lo
pasaran mal mientras lo hacían.

Los investigadores estaban desconcertados. No se explicaban los
resultados. Los participantes no les parecían sádicos, al contrario.
Estaban preocupados por su propia conducta y por cómo iba evolucionando
el ensayo, aunque eran conscientes del daño que estaban causando y
siguieron aplicando las descargas a la orden del investigador. Como
dato curioso, hombres y mujeres resultaron ser igualmente obedientes,
pero las mujeres
sufrían más estrés. Y se sintieron aliviados cuando se enteraron de que
el “alumno”
era un actor y que todo era una simulación. 

Al final, el 84% de los participantes dijo que
estaba «contento» o «muy contento» de haber participado en el estudio.

En 1974, Milgram escribió:

Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme
importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se
comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la
Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano
corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un
experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes
imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros
y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos
(participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La
extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier
requerimiento ordenado por la autoridad constituye y principal
descubrimiento del estudio.

Stanley Milgram. The Perils of Obedience (Los peligros de la obediencia. 1974)

Posteriormente a Milgram, otros investigadores han hecho estudios
similares, aunque muchos lo consideran todavía hoy poco ético. En 1999, Thomas Blass,
de la Universidad de Maryland, publicó un análisis de todos los
experimentos similares realizados hasta entonces y concluyó que entre el 61% y el
65% de los participantes habían aplicado voltajes altos a
sus alumnos, independientemente del lugar o del año en el
que se hiciera el estudio.

Pertenece al Victoria & Albert Museum de Londres
y contiene una de las colecciones más grandes y más antiguas de
juguetes y objetos relacionados con los niños. La colección del Museo de la Infancia
abarca desde el siglo XVI hasta hoy e incluye muñecas, osos, soldados,
trenes, coches, caballos, disfraces, juegos de mesa y algunos de los
primeros puzzles. 

Angela Merkel va a coronarse como la primera mujer canciller de Alemania.
La describen como una académica reservada, fría, que no tiene carisma, que no
es elocuente, e incluso
se han mofado de su apariencia. Sin embargo, Merkel ha tenido un buen
entrenamiento desde niña para conseguir sus objetivos sin hacerse notar. Nació el 17 de julio de 1954 en Hamburg, pero
cuando tenía tres semanas de vida la familia se trasladó a la Alemania
del Este. Primero a Quitzow, un pueblo de 300 habitantes, y, tres años
después, a Templin.

En ese estado ateo, nadie miraba con los mismos ojos a la hija de un
párroco que a los «hijos de los trabajadores». Por ello, Herlind, su
madre —una profesora de inglés y latín que no pudo ejercer porque al
ser esposa de un pastor no tenía derecho a trabajar en el sistema de
enseñanza público— le repetía hasta la saciedad a su hija una serie de
consejos: el primero era que pasara inadvertida, que fuese poco
llamativa, que nunca «perdiera los papeles». El segundo, que se
guardara sus opiniones para ella. Y el tercero, que tenía que ser mejor
que los demás porque, de lo contrario, no podría estudiar en la “ciudad
de los obreros”. Y eso fue lo que Angela hizo.

En una reciente biografía de Angela
escrita por Gerd Langguth, catedrático de Economía Política en la
Universidad de Bonn, muchos de los entrevistados la recuerdan como una
chica tímida. Un antiguo profesor dijo que era una «alumna ideal» que
sacó
notas excelentes en casi todas las asignaturas (menos en deporte).
También cuentan que no era la típica empollona  y que solía dejar
los apuntes a sus compañeros. La propia Angela Merkel recuerda que todo
en su infancia era una lucha, «una batalla para no llamar la atención y
una batalla para ser un poco mejor que los demás».  

Angela estudió físicas en la Universidad de Leipzig porque las
ciencias estaban menos controladas por el régimen que las Humanidades.
Y se casó dos
veces, la primera con Ulrich Merkel, un colega físico de su misma
Universidad, del que conserva su actual apellido (no se sabe por qué
motivo). Y la segunda, con Joachim Sauer, catedrático de Química
Cuántica
en la Humboldt-Universität de Berlín. No tiene hijos.

Jana Hensel, autora del libro After the Wall: Confessions From an East German Childhood and the Life That Came Next, se preguntaba en el New York Times,
si esta demócrata cristiana será capaz de unir una Alemania que, aunque
está reunificada, todavía está dividida en la mente de sus habitantes y
en la economía. También se cuestiona qué beneficios puede reportar esta física de 51
años sin hijos a las mujeres alemanas que todavía anteponen los hijos
a la carrera profesional, un tema que nada tienen que ver con su propia vida.

Sin embargo, su viaje desde la casa de un pastor protestante en la
Alemania comunista hasta la cumbre política alemana como jefa de un
partido cristiano y predominantemente masculino ha dejado a todos en
ascuas. Los analistas políticos están esperando ver qué más es capaz de
hacer esta mujer. 

Como ver a niños muriendo de hambre en el telediario del medio día parece que ya no conmueve a nadie, UNICEF
ha recurrido a unos personajes de nuestra infancia para llamar la
atención sobre el sufrimiento de los menores en las guerras. Se trata
de los Pitufos. En un spot
publicitario de 25 segundos, una aldea repleta de enanitos azules
radiantes de alegría es bombardeada por unos aviones de combate. Se
emitió la semana pasada en el telediario belga y las reacciones fueron
desde la aprobación al shock, pasando por algún niño pequeño que lo vió por
error y y se quedó aterrorizado. Han acordado emitirlo fuera del horario
infantil. Si alguien quiere ver un fragmento, aquí está

Ayer fuimos a uno de esos sitios con distintas atracciones para
niños pequeños, para saltar, trepar, colgarse, … Íbamos con tres
niñas de la clase de Ana, y, claro, los padres. Era la primera vez. Las tres
son de la misma edad y el centro de atención en sus respectivas casas: Ester está muy acostumbrada a socializar con
niños de todas las edades (vecinos, hijos de los múltiples amigos de
los padres, …); Maye es holandesa, muy reservada y seria. Vive en una casa con jardín y no se relaciona
con muchos niños; y la tercera es Ana, que sólo ha socializado con sus
compañeros del colegio y suele negarle la palabra a todo el desconocido
que se la solicite.

Sin embargo, las diferencias no impidieron que disfrutaran de lo
lindo. Corrieron una detrás de la otra, saltaron hasta caer
desfallecidas, se revolcaron por el suelo del centro comercial (Maye no
porque es una auténtica princesita, no como las otras…), se enfadaron
y reconciliaron unas siete u ocho veces, dibujaron una pequeña obra de
arte, y vieron como un tesoro un pedazo de cartón redondo que había en
la caja del menú infantil.

Los mayores, en cambio, parece que llevemos las diferencias a modo
de muralla. Aunque reine la más agradable cordialidad, sólo somos
capaces de hablar: del trabajo, del colegio, nos quejamos de la
política del Ayuntamiento, comparamos ciudades, y soltamos la sarta de
fragmentos de nuestra propia vida que nos interesa contar. No somos
capaces de mostrar una frescura ni remotamente parecida a la de ellas,
a no ser —como decía Groucho Marx— que haya de por medio un poco de
lubricante social.

Cuando volvíamos hacia casa, Maye le dijo a su madre: «Yo no quiero
volver a dormir sola nunca más. Quiero que Ana venga a jugar conmigo y
que se quede a dormir conmigo». Después de la traducción materna, Ana
nos miró y sentenció, casi como una orden: «Vale, vamos todos a dormir
a casa de Maye.»

Para Camille Allen
no hay un mejor motivo para la escultura que los bebés, a los que
considera «preciosos y llenos de vida». Se dedica a esculpir miniaturas
de recién nacidos desde hace cinco años, y su abuela,
Clara Allen, fue quien le enseñó esta curiosa forma de arte. En su familia
hay muchos escultores y pintores y ella misma esculpía desde que era una
niña. Camille
vive en la costa oeste de Canadá, en British Columbia. En el web de Camille pueden encontrarse algunos ejemplos de su obra.

Puedo ver desde qué buscadores ha llegado la gente hasta Kindsein y
qué andaba buscando. Hay combinaciones de
palabras para todos los gustos y suelen ser siempre cosas que se han
mencionado aquí. También hay búsquedas surrealistas, como: “persona
observando la playa”, o los que escriben frases completas como si
Google o MSN fuesen el gran Oráculo: “Por qué los niños tienen amigos
imaginarios” o “Cómo decirle a un niño de 5 años que falleció su
abuela
“.

Pero también hay un porcentaje nada despreciable de individuos que
incomprensiblemente entran a este blog después de haber escrito en su
buscador: “niños desnudos fotos” o “páginas de pedofilia”. Menudo atajo
de indeseables. ¿O enfermos? Una vez conocí a un neurocirujano. Solía
tener pacientes que podían parecer indeseables pero que en realidad
eran enfermos muy graves. La obsesión de algunos era inocente y podía consistir en
lavarse las manos cientos de veces al día; otros tenían  la casa
llena de cerraduras porque habían llegado a atacar a su padre con un
hacha; otros sentían alegría cuando se enteraban por el telediario de alguna desgracia que se saldaba
con cientos de víctimas; y también los había con necesidades y obsesiones
sórdidas que no les dejaban vivir. Todos pasaban por quirófano por su propia voluntad (los que la tenían).

Se me
ocurre que buscar niños desnudos en la Red, hacer
las fotos para colgarlas en internet, y cosas mucho peores, podría ser un síntoma equiparable al de esos pacientes a los
que el último cartucho que les quedaba para vivir tranquilos o no hacer
daño a los demás era (y sigue siendo) la psicocirugía,
una técnica tabú pero que todavía se
usa. Si alguno me está leyendo, le aconsejo que consulte con su hospital
más cercano. El anonimato está asegurado, como en internet.

Una de las ofertas derivadas de la denominada No children left behind (Que ningún niño se quede atrás) — la ley educativa estadounidense aprobada por George Bush en el año 2001—es la serie de guías para los padres Ayudando a su niño.
Está en inglés y en español y hay varios títulos: Cómo ayudar a su
hijo a aprender ciencias
; Cómo ayudar a su hijo a aprender matemáticas;
Cómo ayudar a su hijo en Preescolar; Cómo ayudar a su hijo a hacer los
deberes
; Cómo ayudar a su hijo a convertirse en un ciudadano
responsable
; Cómo ayudar a su hijo durante los primeros años de la adolescencia; Cómo ayudar a su hijo a ser un buen lector; y Cómo ayudar a su hijo en la tarea escolar.

Se pueden descargar gratuitamente en PDF. Son muy interesantes y
contienen información útil. En el caso del aprendizaje de las ciencias,
por ejemplo, no sólo hay experimentos divertidos y pautas para ayudar
al niño a descubrir la naturaleza sino también otros recursos: enlaces
a páginas web infantiles de museos de ciencia, libros, guías para
comprar juguetes o libros científicos, revistas para niños, … Y, de
paso, es una buena oportunidad para que los padres aprendan algo
también. Dos consejos para los padres, sacados de la guía para Preescolar:

«Como
padre, usted puede ayudar como nadie más a que su niño quiera aprender.
Ese deseo de aprender es esencial para el éxito de su niño más tarde en
la vida. ¡Es muy importante que lo disfrute! Por lo tanto, si usted y
su niño no disfrutan alguna de las actividades, sigan con otra»

«Ponga
un buen ejemplo. Los niños imitan lo que ven a otros hacer y lo que
escuchan a otros decir. Cuando usted hace ejercicio o se alimenta bien,
es más probable que su niño lo hará también. Cuando usted trata a otras
personas con respeto, es probable que su niño lo hará también. Si usted
comparte sus cosas con otras personas, su niño aprenderá a ser
considerado y a tomar los sentimientos de otras personas en cuenta.»

Maria del Mar, una de las dos maestras de Ana, tiene
ya nietos. Posee una gran experiencia como profesora de infantil, una enorme paciencia y un gran
sentido del humor. A veces, cuando voy a buscar a Ana, le escucho alguna anécdota de los niños. A veces es un recuerdo
nostálgico de alumnos que ya están en primaria pero que pasaron por su clase.

Hay un niño, Pedro, que siempre llega a clase con «un secretario»
(su hermano, tan sólo un par de años mayor) que le pone y le quita la
chaqueta con gran seriedad, como si fuese su mayordomo. En el comedor,
no quiere comer solo y se queja siempre de la comida. Se le suele oír
de fondo gritanto con tono lastimero: «¡Que alguien me ayude a comerme
las lenteeeejas!». Lo malo es que cuando Pedro dice que no le gusta
la comida, contagia a todos sus compañeros de mesa.

Una niña le contó un día que habían pasado (ella y sus padres) toda
la noche en la comisaría. La historia seguía y seguía con detalles
truculentos, hasta que empezaron también a aparecer unos dragones en el
relato.

He visto que algunas niñas de primaria pasan por el pasillo de
infantil para ver a Maria del Mar y darle un abrazo. Y si no se lo dan,
es ella la que se los “roba”.

El otro día le pregunté si no se aburría al salir de allí y enfrentarse al mundo de los
adultos. Me dijo: «Ay, sí, la verdad es que los niños lo ven todo tan sencillo y
encuentran soluciones tan fáciles y lógicas para todo… Si pensáramos como
ellos, todo sería más sencillo, pero ¡nos complicamos la vida de una
manera…! Yo a veces hablo con algunos padres y pienso: ¡Qué distorsionado ven
el mundo algunos!».