«¡Para ya, no me toques! ¡Me tienes harta! ¡Estás todo el rato clavándome los dedos en el brazo! ¡No me toques más!». Era la voz de una mujer. Me giré para verle la cara. Era una madre joven, muy delgada, con un vestido blanco, pelo rubio, sandalias de piel y un bonito bronceado. El niño tenía aspecto angelical, y unos ocho años. Agachó la cabeza y se separó de la madre, como acostumbrado a los “disparos”. «¡Menos mal que la semana que viene te vas al colegio!», sentenció la madre con cara de asco mientras continuaba su paseo junto a la playa.
«¿Y usted, Susana, qué quiere de postre?» Esta era otra madre joven, en un restaurante. Estaba sentada junto a uno de esos bolsos de diseño que cuestan cifras con innumerables ceros. Le hablaba a la niñera, una jovencita de piel oscura y pelo corto que estaba sentada, tensa, junto a un niño de unos siete años. El niño comía con desgana unas fresas insertadas en un palo. Venían de adorno con la parrillada. «¡Me tienes más que harta! ¡Cuando venga tu padre, verás! ¡Ya verás! ¡Menos mal que te vas al colegio la semana que viene!»
Ha sido la frase más pronunciada del final de las vacaciones, al parecer.
Pobres niños. Ya están preparando su nuevas mochilas, el pesado equipaje para molestar lo menos posible a todo el mundo.
Ellos se van y tu vuelves. Esperemos que este año tengan suerte en “la loterÃa de los profes”