Ni encargamos los libros en agosto, ni hemos tenido números de reserva, ni hemos hecho colas, ni nos hemos estresado por el asunto material escolar. Pero hoy no nos ha quedado más remedio que pasarnos por una librería a por algunos de ellos, los que están usando en clase de Ana estos días, y no porque sean imprescindibles.

Había una cola de unas cuantas personas. La primera, una madre morena con una niña de unos ocho o nueve años. La dependienta le preguntó: “¿Y qué más quería?”

La madre seguía leyendo la interminable, detallada y absurda lista del colegio como si fuera material de supervivencia: “Un lápiz del número dos, una goma de nata, una libreta de rayas que no sea de anillas, unas tijeras, … ¿Lo tienes ya todo?”

—”La libreta de rayas la tengo, pero es de anillas”, dijo la dependienta.

—”Pues no puede ser”, contestó muy seria la madre, “en el colegio me han dicho que los niños se enganchan en las anillas”.

Cuando nos tocó el turno, le pedimos dos libros. Uno de ellos resultó ser, en realidad, un pack de tres tomos, uno para cada trimestre, que no se pueden comprar por separado. Iban precintados. Ana me dijo que esos no eran, que el que están usando era apaisado y tenía un animal marino en la portada, y no una especie de mofeta.

Yo: “Pues estos no son los que ella necesita”, le dije a la chica, que nos miró con cara de póquer.

Dependienta: “Es imposible, yo también tengo aquí la lista de los libros de su colegio, y son estos.”

Yo: “¿Estás segura de que no son, Ana?”

Ana: “Sí. Es uno que en la portada pone: ‘Unidad de Bienvenida'”.

Dependientas, al unísono: “No nos suena de nada.”

Yo: “Pues no nos los llevamos”.

Dependienta: “¿Cómo, que no se los lleva porque la niña ha dicho que no?”

Yo: “No me los llevo por una larga historia que te llevaría mucho tiempo escuchar”.

Dependienta: “Ah. Pero son los únicos que me quedan, y si luego los quiere, será más difícil conseguirlos.”

Yo: “¿No se pueden pedir?”

Dependienta: “Bueno,… Sí, pero tardan unos días…”

Al final, descubrimos que el librito apaisado que decía Ana estaba entre los tres tomos, que no se podían ojear si no los pagabas antes. Los compramos y lo abrimos para que las dependientas vieran lo que había dentro.

Son tres libros para aprender a leer y sumar, y poco más, aunque Ana hace más de un año que lee y suma y resta. Y hay un librillo de las vocales, con el que están ahora.

Enviar a una niña que lee con soltura a una clase donde llevan una semana con la a, e, i, o, u, —y pasarán el resto del año con una letra por semana—es someterla a tortura mental. Y encima obligan a comprar los libros. ¿El precio? 99,40 euros.