Aquí va una escena bonita del verano, para variar, también de la piscina. Eran una familia con acento del norte, de esos que de cada tres palabras que usan dos son palabrotas. Eran un padre y dos hijos, ya mayores (más de 20). Se pasaban el día dentro de la piscina, jugando sin cansarse. En realidad eran como tres armarios roperos, pero sin ningún pudor de jugar como niños en el agua durante horas. La madre se sentaba justo enfrente, día tras día, y no paraba de reír desde que llegaba hasta que se iban. Los hombres que yo conozco jamás abrazan a su padre. Y menos en la piscina. Estos hasta se dejaban coger en brazos.

Había una niña inglesa en el agua, Katie, de unos siete años, que también venía a la piscina cada día. Parecía tener los rasgos de un Síndrome de Williams. Estos niños son extremadamente sociables y parecen pequeños duendecillos. No paraba de repetir: “Ey, man, watch this, watch this,… One two three…” y se tiraba al agua con su flotador. El padre vasco decía a sus hijos: “¿Qué dice?” Y a la niña: “¡Ven p’acá! ¡Tírate, venga, que yo te cojo!”.

Había otro hombre en la piscina. Cada vez que Katie se acercaba a él para hacerle su pregunta favorita: “What’s your name?” El hombre ponía cara de sentirse intimidado y se iba a otra parte.