«Llamadme, pues, antimoderno. Yo más bien me considero adversario de la mentecatez y la estulticia. Si a los tres años se empezasen a enseñar los rudimentos de la lectura y la escritura, quizá se podría evitar que nuestros hijos se convirtiesen en analfabetos funcionales.» Esto lo dice Juan Manuel de Prada en el periódico gratuito Padres de marzo de 2007.
El hiperpremiado e hiperverboso de Prada está enfadado porque a su hija de cinco años todavía no le han enseñado a leer en el cole mientras que a él le enseñó su abuelo antes de cumplir los tres, ante el “espanto” de sus familiares. Dice que su vocación literaria se fraguó entonces. Y también dice cosas como que «cuando a los cinco años no se sabe leer es previsible que a los diez no se sabrá escribir sin faltas de ortografía; y que a los quince no se sabrá desentrañar el significado de un texto mínimamente complejo». (¿Ha sentenciado a su propia hija?)
Es probable que el abuelo de este joven sea el culpable de su evidente vejez prematura. Hasta ahora, siempre que he leído alguna de sus “perlas” barrocas, me lo he imaginado dentro de una armadura. Desde ahora, me lo imaginaré caminando enfadado por los pasillos de la escuela de su hija, si es que va, mientras todas las maestras le hacen una reverencia a este «adversario de la mentecatez y la estulticia».
Quizás lo más sano sería dejar a los niños aprender a leer cuando las letras les “entren” solas. Cada uno tiene su edad de “maduración”, algunos a los tres, otros a los cuatro, a los cinco o a los seis. ¿Ahora va a resultar que todo el fallo del sistema educativo está en la edad a la que se empieza a leer? ¿El futuro de una persona depende de la edad a la que empezó a juntar las letras? ¡Venga ya!
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