9.04.2006

Opinión

Pepito Piojo

Antonio Lorenzana Bermejo*

17/03/2007

“Por último, una hora después de la muerte, cuando ya el cuerpo empezaba a enfriarse, los piojos amontonados en los cabellos, debajo de la nuca, sentían menguar el calor humano y abandonaban el cuerpo. Se les veía correr sobre el cuello del cadáver, sobre las sábanas y sobre la almohada.”

Así describe Maxence Van Der Meersch (1907-1951), en su excelente novela “Cuerpos y Almas”, la estrechísima relación que el hombre, desde mucho antes incluso de ser hombre, mantiene con el piojo.


Cuando te mueres, los piojos abandonan el cuerpo. Quieres decir que ¿los piojos son como las almas? Pues algo tendrá que ver; vete tú a saber. Hubo un tiempo en el que el común de las gentes creía que los piojos formaban parte de la anatomía humana normal: carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre.

“Pues el pueblo cree que los piojos se alojan detrás de la cabeza, en una bolsa que existe debajo de la piel, llamada “la piojera”.” Continúa explicando Van Der Meersch.

De todos los parásitos del hombre, el piojo es, sin lugar a dudas, el más odiado. ¿Por aquello de que nada se odia más que lo más cercano a uno mismo? Bueno, sí, por eso también; pero principalmente porque son muy molestos y chinchorreros. Además pueden transmitir enfermedades: las fiebres recurrentes, las fiebres de las trincheras y el tifus exantemático han matado a más gente a lo largo de la historia que ninguna otra enfermedad. Pero ya ves, aún así, yo quiero ver una moraleja en toda esta historia de hombres y piojos. ¿Moraleja? Bueno, llámalo como quieras; pero mira a tu alrededor: vivimos en un mundo casi de fantasía.

Ya empezamos a confundir lo real con lo virtual; los satélites te conducen puerta a puerta desde donde estés hasta donde quieras estar; los telefonitos, además de permitirte hablar con cualquiera en casi cualquier parte, te permiten también ver a la persona con la que hablas, guardar fotos, películas, juegos… Y no hablemos ya de los adelantos en medicina, en farmacología, en genética, en nanotecnología… Pero ya ves, el amigo piojo sigue ahí, recordándonos que no somos dioses, sino simples animalitos. Sólo hay que ver a las mamás rebuscando pacientemente entre el pelo de sus niños, como hacen los demás primates, como hacen los monos.

Desparasitarse establece vínculos afectivos entre los individuos. Probablemente le debemos al piojo la primera manifestación de amor de nuestra historia. Tener piojos es muy desagradable; pero debería hacernos más solidarios con el resto de los animales, nuestros compañeros de evolución. Pepito Grillo debería haber sido un piojo y no un grillito; claro que Pinocho era de madera y tenía el pelo pintado. Pepito Piojo habría sido una buena cucharada de humildad para la conciencia de un ser que se ha puesto a la Naturaleza por montera sin ton ni son.

*Antonio Lorenzana Bermejo es biólogo citogenetista.