9.12.2006

Opinión

Obesidad mental

Johan Eimeric

Se prevé que el gasto de las familias en juguetes durante esta campaña de Navidad sea unas 30 veces superior a la inversión del Estado español en libros para bibliotecas públicas en 2007. Esa tendenciosa comparación es una exclusiva de esta columna. A quién se le ocurre comparar gasto público y privado, ocio y cultura, un juguete y un libro. La industria prefiere decir que el gasto por niño es inferior a la media europea. Pero, como diría Paul Krugman, los mismos euros compran la misma cantidad de Happy Meals.

El juguete de regalo, normalmente también como promoción de alguna película, es el reclamo de los menús infantiles en las cadenas de comida rápida: más juguetes para los pequeños, hamburguesas más grandes para los mayores. ¿No estaremos descuidando la "obesidad mental" de los más pequeños?

En Viena se inició un proyecto llamado 'escuela sin juguetes', ya ensayado anteriormente en Alemania como Spielzeugfreier Kindergarten, que obligaba a grupos de niños a prescindir de muñecas, coches y puzzles durante tres meses. Tenían que divertirse jugando entre ellos o utilizando lo que pudieran encontrar en el exterior. El objetivo era recortar los niveles de dependencia de influencias externas que pudieran llevarles a ser alcohólicos o drogadictos en el futuro. Alguna madre se preocupaba de que esa falta pudiera provocar "ansiedad".

Aprovechemos el inminente Festival del Consumo Desenfrenado, motor de la economía en temporada baja, para recapacitar sobre la mejor forma de emplear el presupuesto anual para ocio infantil. Podemos emular a San Nicolás el 5 de diciembre, a Papa Noel el 24 y a los Reyes Magos el 5 de enero, y ya tendremos una justificación para tres dosis. No faltarán otras ocasiones.

"A nadie le amarga un dulce", dice el refrán español, y tampoco hay niño que no disfrute al recibir un regalo. Pero, de la misma manera que nos preocupamos por su salud, deberíamos preocuparnos por su desarrollo intelectual. Por ahora somos los responsables, de ahí que no les demos sólo caramelos y hamburguesas, ni siquiera en Saturnalia.

Y por terminar con la misma referencia, es evidente que la inversión en bibliotecas públicas es inútil: nadie va. Menos mal que no se ha dedicado más presupuesto a tener una oferta amplia y variada, de al menos medio millón de ejemplares, en la capital de cada provincia. Está demostrado que el conocimiento sí es una adicción peligrosa. Si no fuera por él, todavía estaríamos en el Edén.