5.12.2005

Opinión

Si tú engordas, ellos engordan

Antonio Lorenzana B.

Estos días han puesto un simpático anuncio en televisión en el que aparece una niña imitando las costumbres y maneras de su padre. El anuncio concluye con una firme tesis: «Si tú lees, ellos leen». Si extrapolamos esa tesis del mundo de la lectura al mundo de la alimentación, es fácil entender que nosotros, los adultos, los que deberíamos enseñar a comer a los niños, somos los culpables de que, desde los años setenta, el número de niños que sufren obesidad se haya triplicado. En efecto: en los países llamados desarrollados, el sobrepeso afecta, sobre poco más que menos, al 60 % de la población adulta: «Si nosotros engordamos, ellos engordan».

Gastamos un dineral en colegios, en actividades extraescolares, en equipos que ayuden a la formación de nuestros niños; pero es innegable que hay algo de abandono familiar y social en la formación de los hábitos alimentarios de nuestros hijos: en muy poquitos años y sin apenas darnos cuenta, pasamos de las verduritas más tiernas, a las sobredosis de chucherías; de la colita de rape más fresca a la merienda a base de bollería industrial con chocolate a discreción y, si te portas bien, mi amor, a tomar un dos por uno con refresco de cola en tu hamburguesería favorita; pasamos del horario Kantiano al picoteo sin tregua; en fin: de la dieta de delicadezas al toma dinero para el desayuno.
En casa porque no hay tiempo y en los comedores escolares, a menudo, una empresa de “catering” o un cocinero con escasos conocimientos de nutrición, diseña los menús con calculadora financiera y nos solemos conformar con lo que nos pongan y con saber que nuestro niño se lo ha comido casi todo.
Y no, no somos conscientes del daño que nos hacemos a nosotros mismos y a ellos. Juraríamos que nunca haríamos algo que pudiera recortar la esperanza y la calidad de vida de nuestros hijos; sin embargo lo estamos haciendo cada día: hipertensión, sofocos, diabetes, dislipemias, osteoartrítis, anorexia, alergias múltiples, depresión… deberían ser enfermedades rarísimas en niños: los pediatras se llevan a diario las manos a la cabeza.